martes, 4 de noviembre de 2008

Son las 8 de la mañana. Llueve, hace frío y acabo de dejar a mi hija junto a su padre en nuestra cama de 150 por 200. Caliente, mullida y benditamente cómoda. Ya estaba harta de dar vueltas y más vueltas en ella sin encontrar motivos para quedarme.
Ayer me invitaron a cenar con el dinero recién traido a casa tras un duro mes de trabajo. Solomillo, dorada, verduras a la plancha; un vino excelente. Panacota deliciosa y mouse de chocolate comido con los deditos por Victoria.
Berto está tremendamente dulce conmigo ultimamente; me abraza a cada momento, me escucha cuando le hablo de cualquier tonteria, me concede todos mis deseos y me anima para que disfrute de estas "vacaciones obligadas". Está dolido por lo pasado y ayer salió un poco de esa rabia por sus labios en una serie de comentarios que hizo. Intentó dulcificarlos, intentó en vano no ser duro ni cruel, pero no pudo aguantarlos.
Berto, Berto, Berto MI GRAN AMOR, el amor de mi vida, el compañero que elegí para el viaje más hermoso. El que está conmigo para lo bueno y para lo malo. El que me busca cuando no estoy en casa. El que me anima cuando estoy triste. El que me hace reir, a veces llorar. El que me respeta. El que me enseña. El que me ama y me odia para volver a amarme una vez más. El que me desea. El que me mira con ojos de deseo. El que se sienta a mi lado aunque esté agobiado. Él, mi marido, el que elegí para estar conmigo.
Como siempre dice: "Un día salí a la calle a pasear y acabé en la UVI". Su vida cambió, ve las cosas de una manera totalmente diferente al resto del mundo. Es sencillo, amable, egoista, frío y calculador y sincero, muy sincero. Ve, escucha, calla y espera. Cazador y pescador, deportes que adora además del buceo. El mar es su otro entorno, un pez cuelga de su cuello.
En el mar es elegante, sensual, habilidoso y dulce de llevar. En la tierra es igual, pero aquí lo observan y tal como hace él en la caza, se siente siempre observado y una presa. Le han fallado demasiado. Discreto en sus acciones, amigo de sus amigos y cruel con sus enemigos.
Pero su mejor cualidad es su templanza, su frialdad para enfrentarse a los hechos que acuden en el día a día. Nunca le he visto preocupado, nunca nervioso ante un nuevo reto, siempre en su línea, siempre observando el mundo con sus ojos semicerrados.
Es tremendamente cariñoso, su voz es dulce, incluso un poco afeminada diría yo. Su cuerpo esbelto, musculado, enorme para mis brazos, no tilda bien con su voz, pero eso lo hace aún más perfecto cuando al hacerme el amor me habla, por cierto que ese es otra de sus grandes aficiones: hacer el amor. Recuerdo perfectamente la primera vez que lo hicimos y Uff!!! espero no olvidarlo nunca.
Todo esto es mi marido y seguro que hay más, ya me irá dejándolo conocer con el tiempo, aunque aún me queda un comentario más: lo pedazo de padrazo que es. Como la besa, como la abraza, como la ama hasta la saciedad. Como la trataba en sus primeros días en la incubadora, donde todas las enfermeras se quedaban como atontadas al oir como hablaba a Victoria y como la cuidaba. Su seguridad ante todos sus movimientos. En resumen, UN GRAN PADRE. Un gran marido, un gran hombre y un ser tremendamente inteligente.
Gracias por dejarte encontrar un 5 de febrero; por besarme como me besas; por darme tu mano cuando me he caido; por hablarme al oído cuando estamos a solas; por mirarme directamente a los ojos y decirme lo que piensas. Por amarme y dejarte amar. Por darme esa hija tan amada y esperada.
Te siento dentro de mí.

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